Adiós al romanticismo

Hemos crecido entre “y fueron felices y comieron perdices” príncipes azules  salvando princesas y  amores de película.

Gracias a algunos cuentos, novelas, películas y demás historias de amor, llegamos a la vida adulta con  creencias  sobre el amor que creemos son reales.

El problema es que esas creencias, esos tópicos asociados al amor romántico  los interiorizamos casi de forma inconsciente, por lo que influyen en nuestra vida y  generan expectativas y patrones de comportamiento que nos llevan  a vivir nuestras relaciones  de forma predeterminada como si fuéramos espectadores.

Algunas de estas creencias:

  • Existe “una media naranja” que teníamos predestinada de algún modo, lo que hace que haya sido la única elección posible.
  • El amor lo puede todo” y por tanto si hay verdadero amor no deben influir los obstáculos externos e internos sobre la pareja, y es suficiente con el amor para solucionar todos los problemas.
  • “Los celos son una muestra de amor”, incluso el requisito indispensable de un verdadero amor.

Si reflexionamos sobre estas creencias veremos que  Los celos no son signo de amor, sino de inseguridad y dependencia que una relación debe basarse en la libertad y en la confiança,  que el amor no implica una renuncia personal, una entrega total que potencie comportamientos de dependencia y sumisión, que el amor no es sufrimiento, ni es pasión, ni es maltrato, ni es angustia, ni es un sinvivir.

 

«El día en que una mujer pueda amar, no desde su debilidad sino desde su fuerza, no para escapar de sí misma sino para encontrarse, no para rebajarse sino para afirmarse — ese día será para ella, como para los hombres, una fuente de vida y no de peligro mortal».

Simone de Beauvoir

 

Si acabamos con el mito del amor romántico, podremos empezar a tener expectativas más realistas de las relaciones y, con ello, a vivir unas vidas más sanas y felices entendiendo que cada relación de amor es única e intransferible, y cada uno de nosotros somos los protagonistas de nuestra vida aunque no comamos perdices.

 

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